Los apóstoles estaban reunidos con María y las demás discípulas en oración. Y estando en oración es como fueron llenos del Espíritu Santo. Vemos en el Evangelio de San Juan que ya el día de la Pascua Jesús sopló sobre ellos, como en la creación Dios sopló sobre adán para darle vida, y les dijo “recibid el Espíritu Santo”. Una vez que Jesús resucita empieza derramarse el Espíritu Santo sobre todos, ya no sobre algunos para una misión concreta. Durante cuarenta días los apóstoles vivieron una etapa final de preparación, digiriendo el escándalo de la cruz, releyendo las escrituras ¿recordáis? Con el entendimiento abierto por el Espíritu Santo para llegar a la conclusión “EL Mesías tenía que padecer”. Y llegado Pentecostés ya estaban preparado, sólo les faltaba el toque final del Espíritu Santo para empezar a predicar.
Pero vuelvo al hecho de que estaban orando. Seguro que también se reunían para discutir la forma de empezar, qué decir y qué no. Es decir, programaban una estrategia de evangelización, pero no podían hacerlo sin el poder el Espíritu Santo. Y para ello necesitaban orar unidos, recordaban las palabras de Jesús “sin mí no podéis hacer nada”. Y el Espíritu Santo no puede actuar si nosotros no le dejamos. Es cierto que en los Hechos de los Apóstoles vemos ciertos momentos en los que el Espíritu Santo actúa por su cuenta, pero son excepciones de los primeros tiempos de la Iglesia. De forma ordinaria el Espíritu actúa cuando lo invocamos, cuando contamos con él, cuando oramos. Es como la consagración en la Eucaristía. Si yo no presto mis manos y mis labios el Espíritu no puede hacer su parte. Cada vez que oramos estamos abriendo el cielo para que desde la Trinidad el Espíritu Santo descienda. Es una forma de hablar, ya lo sé, porque el Espíritu llena el Universo pero creo que nos ayuda a entender la importancia de la oración par que él pueda hacer su obra.
La cruz que fue podada y floreció está llena de frutos. Durante toda la Pascua hemos estado atentos, y esto no es fácil, para ver qué ha estado haciendo el Espíritu Santo. Hemos visto un montón de frutos. Algunos milagrosos, otros más sencillos. Esto nos ayuda a tener esa mirada contemplativa y que no nos suceda que lo veamos todo negro, sin sentido y nos preguntemos ¿dónde está Dios en mi vida y en el mundo? El Reino crece sin parar y sus frutos están ahí y si lo dejamos actuar, habrá muchos más frutos. Termina este proceso de poda – flores – frutos. Y seguimos en el tiempo ordinario que es un tiempo en el que esto sucede cada día, de forma constante. Feliz día y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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