Este año he predicado el en Corpus con mucha fuerza sobre la Alianza y la Sangre de Jesús. Nuestra vida está llena de pactos y de alianzas. Desde la compraventa de un piso, un contrato laboral o el mismo matrimonio. Las partes se comprometen recíprocamente al cumplimiento de las respectivas obligaciones. En la primera lectura se nos narra la Alianza del Sinaí. Moisés fue el mediador y se derramó sangre para sellarla. En ella Dios se comprometía a ser el Dios que cuidaría del Pueblo, de su libertas y de que tuviera una tierra, y el Pueblo se comprometía a vivir de acuerdo a los mandamientos, para ser ante el mundo el Pueblo Santo que vive unos valores diferentes. Pero el Pueblo no respetó la Alianza. Por medios de los profetas Dios lo llamaba a volver a la Alianza, como un marido que perdona a la esposa que se ha ido con otro. Y los profetas anunciaban una alianza nueva en los corazones. 

La humanidad era incapaz de volver a la Alianza y por eso Dios envió a su Hijo como mediador de una nueva Alianza. Cuando los israelitas rompían la Alianza sacrificaban animales para expiar el pecado, reparar el daño, volver a la comunión con Dios.  Cuando uno mete la pata para rehacer la relación no basta un “lo siento”. Hace falta un gesto, un signo, un amor extra. El esposo llega con una ramo de flores, la esposa prepara a su marido su postre favorito. Ese extra eran los sacrificios. Pero como dice la Segunda Lectura, la sangre de los animales no era suficiente.  Jesús transforma su ejecución injusta en la cruz en una sacrificio de amor. Por eso es el Cordero de Dios.  En la última cena revela el sentido profundo y religioso que tendría su muerte al día siguiente. La Nueva y definitiva alianza fue sella da con su sangre. En la cruz Jesús dio el sí a la Alianza por cada uno de nuestro noes. Por cada uno de los pecados de cada ser humano de toda la historia. Él puso ese amor extra por cada vez que uno de nosotros dejamos de amar. Jesús dio el día por parte de Dios y por parte de la humanidad. Por eso es el mediador perfecto. Es como si el vendedor de un piso, entrega el piso y paga el precio. Es maravilloso ¿verdad? 

Y cada vez que nos confesamos, nos reconciliamos en el Sacramento del Perdón, nos aplicamos ese acto de amor de Jesús que repara mis pecados. La Santa Misa es la fiesta donde celebramos ese amor. Como los esposos que no se van a la cama, a celebrar el amor,  si están peleados, nosotros no podemos celebrar el amor si no estamos en la Alianza, si no estamos en comunión. Y para terminar algo para nuestras vidas. Nosotros los discípulos de Jesús amamos como él ama, con ese amor extra, cargando con el mal de los otros, pagando el pato por los demás. Por eso, por ejemplo, vamos a vacunarnos con alegría, porque lo hacemos por el bien de todos. Ser discípulo de Jesús es estar un poco loco, porque la cruz es una locura. Feliz día y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.