El domingo pasado no escuchamos la tercera parte del discurso del Pan de Vida, de “ese modo de hablar duro”. La consecuencia de aquel discurso fue una gran crisis en el grupo de los discípulos. Muchos se escandalizaron de Jesús y no volvieron a ir con él. Esos discípulos pensaban como los hombres, no estaban en la clave del Reino, no captaban lo que Jesús quería decirles con sus palabra que eran espíritu y vida. Como buen líder Jesús afrontó la crisis y confrontó a los doce directamente. Les preguntó si también se querían marchar. Jesús convirtió la crisis en una oportunidad para que los doce renovaran su opción por estar con él. Este momento me recuerda al bautismo, cuando el catecúmeno hace las promesas del bautismo. Renuncia al mal, a todo lo que no es compatible con Jesús. Mas adelante también tendrá que renunciar a otras cosas que siendo buenas y legítimas no permiten seguir a Jesús como discípulo misionero. Son los tesoros de la tierra que hay que dejar, como el Joven que preguntó a Jesús ¿qué me falta? Lo que no podemos llevar en la mochila.  En la primera lectura el Pueblo de Dios también se ve confrontado por Josué al pisar la Tierra Prometida ¿A qué Dios queréis servir?

Este momento de crisis en el grupo de los discípulos me habla de lo que estamos viviendo en el cristianismo. Se dice que es la mayor crisis de nuestra historia. Se han ido muchos que iban a la Iglesia y ahora ya no van; y  esos que hace años solían terminar en la Iglesia, los que cumplían cincuenta y tenían a sus hijos criados, no han venido desde hace mucho tiempo. ¿Qué ha sucedido? Nuestra Iglesia, nuestra forma de vivir la fe ha sido desde hace mucho tiempo más en la carne que en el Espíritu. Mas moralina y valores que transformación en Cristo por el poder del Espíritu Santo. Para ser buenas personas claro que no hace falta ir a Misa. Para ser Cristo sí, pero eso de ser Cristo ha estado ausente de nuestros programas pastorales mucho tiempo. 

¿Recordáis el temporal Filomena? Pilló a Madrid sin estar preparada para algo así. Es lo que le ha pasado ala Iglesia. Vivimos un temporal (casi glaciación) de enfriamiento espiritual. La cultura actual ahoga la espiritualidad. Y nos ha pillado sin estar preparados. Y no me refiero solo a la infraestructura, a nuestra forma de organizarnos… (que sería en un edificio la calefacción, buenos tejados, ventanas que aíslan…). Me refiero lo primero a las personas. Si estamos frías el temporal termina por congelarnos. Me refiero al fuego del Espíritu Santo en cada bautizado. Al fuego del corazón enamorado de Jesús, el esposo de la Iglesia como aparece en la segunda lectura de hoy. Pocos han encontrado la forma de conocer a Jesús y enamorarse de él, y como en el matrimonio, ha llegado la crisis y se han ido. Y después el fuego comunitario. Este temporal no se supera solo. Necesitamos a otros, la comunidad donde arde el fuego. Muchos han vivido una fe heroica en solitario y el temporal los ha congelado. Si nuestras parroquias son hogares donde arde el fuego, donde cada uno está arrimando al fuego en vez de arrimar el ascua a su sardina, esa comunidad aguanta el temporal. 

En 1979 San Juan Pablo II habló por primera vez de la Nueva Evangelización, nueva en su lenguaje, métodos y en su ardor. Llevamos cuarenta años dando vueltas por el desierto. Y muchos se siguen quedando por el camino. Jesús decía que deseaba que el mundo ardiese, que había venido para prender fuego en el mundo. En 2022 celebramos el 75 aniversario de la Parroquia. Yo también sueño con que el Barrio de Santa Isabel arda, porque llevemos el fuego a cada casa, a cada familia, a cada vecino. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.