¿Verdad que alguna vez has dicho te han dicho «eres un egoísta»? Pues eso no se puede decir, no es cierto. Me explico. Cuando empecé a preparar la homilía me fijé en como empiezan dos de las tentaciones de Jesús «si eres Hijo de Dios». Le he estado dando vueltas y me doy cuenta de que el tentador pone en duda la identidad de Jesús. Pensamos que las tentaciones se dirigen al hacer. Somos tentados de hacer cosas malas o de no hacer las buenas. La tentación es más profunda y ataca los fundamentos de nuestra existencia, lo que sucede es que no nos damos cuenta la mayoría de la veces. En el relato del Génesis lo vemos también. El tanteador dice «seréis como dioses». Está tentando al ser humano de ser más de lo que es, dejar de ser criatura, imagen y semejanza de Dios. No se trata simplemente de desobedecer, de hacer algo malo, se trata de perder la identidad. Los grandes problemas sociales actúale son son problemas simplemente béticos sino de una profunda crisis antropológica. El concepto de dignidad humana rubricado en los derechos humanos basados en la cultura y el humanismo cristiano, no tiene mucha base donde sustentarse porque ya no sabemos muy bien quien es el ser humano. Los vemos en la teoría del género que desfigura la identidad sexual, en el liberalismo económico feroz que reduce a la persona a elemento de producción, en la globalización digital que reduce al ser humano a un consumidor controlado por algoritmos, en el populismo que manipula a las votantes para obtener el poder como sea.

Decía que yo no soy un egoísta son un hijo amado de Dios que a veces actúa egoístamente. Ninguno de nosotros somos un desastre sino personas que a veces cometemos desastres. El tentador trata de convencernos de que no valemos, de que estamos mal hechos. Nada de eso, somos criaturas maravillosas salidas de las manos del Creador. El pecado empaña la imagen que somos de Él pero no la destruye. Para combatir la tentación necesitamos estar bien anclados en nuestra identidad y no poner nuestro valor en los logros, en lo que hacemos. No se trata sólo de tener las ideas claras sino también de detectar las mentiras y las falsas creencias que tenemos sobre nosotros mismos. ¿Te descubres alguna vez pensando mal de ti al estilo de «no hago nada bien»? Hay que afirmarse mucho para combatir esas mentiras y a veces hasta necesitamos pedirle a alguien que nos diga «estás bien hecho… tú vales por lo que haces». Necesitamos escuchar en el corazón: «tú has sido creado por amor y para amar». En el relato del Génesis el varón y la mujer se avergonzaban de su desnudez después de pecar, cuando la imagen quedó empañada por la culpa. Ya no se veían como criaturas preciosas, sino como seres culpables. En la cruz cuelga Jesús desnudo. Le ponemos un paño pero no fue así, Jesús colgaba del madero completamente desnudo. Y allí muestra la verdadera identidad del ser humano que es el amor. Me emociono al mirar al Nuevo Adán en el árbol de la cruz, devolviendo al ser humano al paraíso, a su verdadera identidad.

En la homilía de hoy he explicado que el combate espiritual en el desierto tiene una larga tradición desde los padres del desierto de los siglos III al VII. Ellos vivían en el desierto el combate contra el mal, como vemos que hace Jesús al principio de su misión, va al territorio del mal a plantarle cara. Ellos hablaban de que es importante identificar bien al enemigo con el que combatimos. Uno de los errores de nuestro tiempo es negar la existencia del maligno como entidad personal. Si no conocemos al enemigo no podemos luchar contra él. Los Padres del desierto hablaban también de la «custodia del corazón» que consiste en cuidar de que no entren en nuestro corazón pensamientos dañinos. Estos pueden ser esas falsas creencias de las que ya he hablado o el rencor y el odio. Por eso es importante ponerse la coraza de la justicia que custodia el corazón. Feliz semana primera de Cuaresma y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.