Durante todo el tiempo de Adviento y Navidad hemos estado buscando estrellas en el cielo del Barrio, y hemos terminado la Navidad con los Magos de oriente que eran buscadores de estrellas. Y hoy, que celebramos el bautismo de Jesús, nos encontramos con que él no quiere ser una estrella en el cielo, sino uno más en el suelo. Ya veíamos que el estilo de su nacimiento era discreto, conocido por unos pocos. Después de toda una vida oculta en Nazaret, empieza su ministerio en el Jordán, siendo bautizado entre la multitud, de forma completamente anónima. San Lucas, a diferencia de los otros evangelistas, nos cuenta así el bautismo de Jesús para subrayar que Él quiere llevar el estilo del siervo hasta las últimas consecuencias. ¿Por qué actúa así Jesús? Porque no quiere ser un líder arrollador que provoque conversiones masivas, movimientos colectivos impersonales. Jesús quiere conversiones personales, uno a uno, quiere impactar en la vida de cada una de las personas, y a través de unos pocos. Es como el COVID que se trasmite de unos a otros, no se trasmite con una bomba química lanzada desde un avión. Quiere que las personas se adhieran a él de forma completamente libre. 

Retomando el camino sinodal, hoy ponemos el acento en el bautismo. Todos nosotros somos bautizados, hombres y mujeres de toda nación, cultura, clase social, igualados por el renacer del bautismo. Es la condición básica y mayor que puede darse en el Pueblo de Dios. No hay dignidad más grande en la Iglesia y no hay aspecto social que aglutine a más seres humanos. La sinodalidad de la Iglesia se basa en esta igualdad por el bautismo. Luego cada uno tiene una vocación, un ministerio y una responsabilidad en el Pueblo de Dios. Todos estamos llamados a escuchar al Espíritu Santo, en todos recae el sensus fidei pero no todos tenemos la misma responsabilidad a la hora de tomar decisiones. Por eso no decidimos por votación, por mayorías, sino por consensos articulados alrededor de los obispos y el Papa. 

Y para terminar hoy, nos fijamos en las palabras que Jesús escucha del Padre y que aparecen en la primera lectura para el Siervo. “Tu eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Complacerse es un verbo que expresa la alegría y el placer por algo que hemos creado, es como decir “que bien me has salido, me encanta”. El Padre expresa al Hijo esa complaciencia y en ella se basa todo el ministerio de Jesús. Nosotros escuchamos por primera vez estas palabras el día de nuestro bautismo. Y podemos escucharlas cada día si tenemos a diario ese momento de conexión para escucharlo. Hacerlo o no es para nosotros algo vital. Si durante un tiempo dejamos de escuchar esto, nuestra alma languidece como languidecen los pascueros en estos días. Jesús cada día acudía a la oración para renovar esta experiencia de la complacencia del Padre y por eso cuando llegó a Getsemaní pudo confiar y rendirse a su voluntad. Hoy esas palabras son para nosotros, hagamos un silencio profundo para recibir ese abrazo que tanto necesitamos. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.