Hemos dedicado esta primera semana de Adviento a observar lo que se ha marchitado en nuestra vida, el amor que se ha dormido, como los árboles. Y lo hacemos con la esperanza de revivir, de despertar el amor. Cuando hay muchas hojas en el suelo del bosque es difícil encontrar el camino. Este domingo la palabra más repetida es “preparad el camino”. San Juan Bautista cumplía la profecía de Isaías con el movimiento de conversión que había ido creciendo en torno a él y que tenía como nota distintiva el rito de sumergirse en el agua, el bautismo, como signo de conversión. Así se preparaban para acoger al Mesías esperado. Juan afirma que viene otro que es más fuerte que él y que no bautiza con agua sino con Espíritu Santo. En San Lucas Juan dice que Jesús bautizará con Espíritu Santo y fuego.
Para limpiar el camino de hojas secas podemos intentarlo con el agua. A las hojas vivas el agua les viene muy bien pero a las secas no. Se hacen una pasta escurridiza. Lo mejor para limpiar hojas secas es quemarlas. Agua y fuego. El agua sirve para limpiezas menos profundas, para los lavados de cara, para limpiar un espejo sucio en el que no nos podemos ver. El bautismo con agua del Bautista no pasaba de un acto voluntarista, de un buen propósito. Está bien pero no basta. Como no basta un buen psicólogo, un buen libro de auto ayuda, una charla en YouTube de un coach y menos aun el REIKI, que ni siquiera basta. Todo esto es el “yo me lo guiso yo me lo como” en términos coloquiales, es la autosuficiencia en términos psicológicos y la soberbia en términos espirituales. Todo esto no basta como no le basta a un adicto el “yo controlo”. No saldrá mientras reconozca “yo solo no puedo”.
Por eso, porque solos no podemos, porque no nos basta el lavado de cara, esperamos un Salvador que nos bautiza con fuego. Lo que nos salva, nos libera y nos permite revivir es quemar en el fuego del amor de Dios nuestro pecado, nuestra vida marchita. Este fuego no es destructor, es purificador. La segunda lectura habla del mundo que se consume en el fuego, pero es para dar paso a los cielos nuevos y a la tierra nueva. Un medio para hacer esto es el sacramento del perdón. En él exponemos con humildad nuestro pecado a otro y el Espíritu Santo purifica nuestra alma, nuestra relación con Dios. Entonces ya hay camino. Esta segunda semana de Adviento es un buen momento para confesarnos. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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