La cruz ha crecido y este domingo tiene un brazo más. En él hay un corazón roto. Damos un paso más para profundizar en el sacramento del Perdón. La semana pasada reflexionábamos sobre el examen de conciencia. Al comenzar la Eucaristía hacemos un silencio para reconocer nuestros pecados. No se trata de hacer un examen de conciencia sino caer en la cuenta de la situación en la que venimos a la celebración, situación de pecadores. Una persona, a no ser que esté enferma (que inhumano es ver que hay jovenes que dan una paliza a otro y lo graban y lo suben a las redes como si fueran héroes) cuando hace el mal no se siente bien, se siente mal. Es una experiencia común a todos, todos somos pecadores y todos no sentimos mal. Nos podemos sentir mal por las consecuencias que esto tiene, por el castigo. En esa oración clásica «acto de contrición» dice que me pesa «porque podéis castigarme con las penas del infierno». Esta forma de arrepentimiento es lo que se llama atracción. No es el ideal, pero a veces es muy útil. Si no fuera por el miedo a la multa seguramente no seríamos respetuosos con las normas de tráfico. Las sanciones ayudan a que los seres humanos podamos vivir en sociedad por temor a sufrir consecuencias negativas. Cuidado con el perfeccionismo y el dar la talla. A veces desde la exigencia nos sentimos mal por le mero hecho de no haber cumplido, de no hacer lo que se espera de nosotros. Ese arrepentimiento no es siempre bueno a veces nos hace daño.
Pero hay una forma mejor de arrepentimiento que es la tristeza, el dolor, el sufrimiento al ver que mis actos hacen sufrir a los demás. En el acto de contrición clásico se expresa «por ser Vos quien sois, bondad infinita, porque os amo sobre todas las cosas me pesa de todo corazón el haberos ofendido». El pecado nos duele porque provoca sufrimiento en los demás, le afecta a Dios, nuestra relación se rompe con él, se rompe el pacto. En la primera lectura hemos escuchado la alianza de Dios con Abrahán. Dios se comprometió a darle un pueblo y una tierra, Abrahán se comprometió a escuchar su voz y a seguirla. Es un pacto de amistad. Nuestro pecado implica la ruptura de la Alianza con Dios y esto nos duele, nos entristece. Pero aún podemos profundizar más. Cuando vamos a confesar miramos a la cruz y vemos en ella a Jesús clavado por nuestros pecados. Él cargó con nuestro pecado y sufrió las consecuencias de los pecados de toda la humanidad. En la película de la Pasión de Mel Gibson hay un momento muy duro, cuando María besa los pies de Jesús crucificado y sus labios se manchan de sangre. Así tenemos que ir a confesar, con los labios manchados de la sangre de Jesús. Esa sangre que ha hecho posible que yo tenga perdón. Con esta profundidad experimentamos el dolor de los pecados. Por eso en la cruz aparece un corazón roto, porque un corazón quebrantado por el verdadero arrepentimiento es necesario, imprescindible para que la confesión produzca fruto en nosotros.
En el Salmo de hoy hemos rezado «espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida» y San Pablo os habla de que somos ciudadanos del cielo. En el Tabor vemos la luz que desprende la cruz, hoy vemos a lo lejos la meta de nuestra existencia, la resurrección, donde no hablar ni muerte ni pecado. Hasta que lleguemos allí seguimos en la lucha contra el mal, en este combate tremendo que hay en el mundo y en cada una de nuestras vidas. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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