Qué bien que este fin de semana se escuche en toda la Tierra, en todas las Eucaristías, en Ucrania, en la Calle Genova… «amad a vuestros enemigos». Esta palabra de Jesús es la esencia del cristianismo y es la aportación más genuina que podemos hacer para construir la fraternidad universal de la que habla el Papa Francisco en su Encíclica Fratelli Tutti. Vemos en la primera lectura el ejemplo precioso de David que perdonó la vida a Saúl que lo estaba persiguiendo para matarlo. Y hemos cantado en el salmo 102 que el Señor es compasivo y misericordioso. Creo que es muy interesante profundizar en el significado de la compasión que tiene su raíz en la capacidad de conectar con las emociones y los sentimientos del otro que llamamos empatía. Ésta capacidad tiene una base nuurológica en el cerebro y en eso no todos somos iguales y también es algo que se aprende, y en eso tampoco todos somos iguales. Cada uno tenemos la empatía que tenemos, desde el estreno del psicópata que disfruta haciendo sufrir, al codependiente que anula sus emociones para vivir desde las del otro. Entre esos dos estemos patológicos nos movemos. Empatí e oponerse en los zapatos del otro, ponernos en su lugar, hacernos la idea de lo que está viviendo.
La pregunta es ¿nos hemos tratado de poner en el lugar del que nos fastidia? Frecuentemente y en caliente, no somos capaces. Pero cuando pasa tiempo y tomamos distancia podemos llegar a hacerlo. Y descubrimos por qué hace lo que hace, qué le movemos nosotros para que nos trate así… y podemos llegar a comprender sus heridas, su pobreza, y… podemos llegar a amarlo desde la misericordia. Al final lo de amar a los enemigos, no es an inhumano, es cuestión de libertad y de inteligencia emocional. Cierto es que es el amor que vemos en Jesús y queremos ser como él. Que en su plenitud es obra del Espíritu Santo que nos va haciendo mediante un proceso hombres celestiales como dice San Pablo en la segunda lectura. Pero el Espíritu Santo necesita materia humana para hacer el hombre celestial.Quiero decir que sin un mínimo de empatía, de capacidad de conectar con el otro, no puede hacer que nosotros amemos a los enemigos como Jesús. Esto es importante tenerlo en cuenta para no decepcionarnos y no llevarnos decepciones con nosotros mismos.
Y por último, atreverse a amar a los enemigos tiene recompensa. Los dice el Evangelio. Lo que sucede es que no e suma recompensa inmediata, ni siquiera en esta vida. Es una recompensa en el cielo. Podemos concluir entonces que para amar a los enemigos necesitamos creer en el cielo. Sin el horizonte de la vida eterna no nos sale cuenta amar a los enemigos y querremos siempre juzgar y condenar por nosotros mismos sin ponernos en las manos del único que juzga rectamente. El horizonte del cielo y de un juicio futuro era la única defensa que tenían de los tiranos los pobres en la Edad Media. También nosotros nos defendemos de erigirnos en jueces con ese horizonte. El horizonte que contemplamos cada vez que venimos a celebrar la Eucaristía. En ella vislumbramos el banquete de los que viven sin tener enemigos como Jesús. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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