Un amigo me decía hace unos días, hablando de un amigo en común que ha perdido el rumbo de su vida: “no lo conozco parece otra persona”. El pecado provoca que dejemos de ser nosotros mismos, que dejemos de ser esa persona a la que Dios ha llamado a ser imagen de su Hijo y para la que Dios tiene un designio de vida. Algunos que cogen este camino dicen: “ahora soy yo mismo”, pero no es verdad, se han dejado engañar. Ayer un joven me recordaba: “soy un hijo amado de Dios”. No perdamos esa identidad que no está en el hacer sino en el ser y sigamos siendo conocidos por el que hace que todo nos sirva para el bien. Feliz día y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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