Después de dos domingos en los que se ponía de manifiesto la persecución que comporta el ser discípulo de Jesús, pasamos a la tendencia que también se da entre los cristianos de querer controlar al Espíritu Santo. La acción del Espíritu tiene unos cauces institucionales que nos dan esa seguridad que necesitamos, como un niño necesita un entorno seguro para crecer. El Espíritu ha inspirado a los escritores de la Biblia, a los que discernieron qué libros eran inspirados, actúa en los sacramentos, inspira a los pastores que a su vez son elegidos por su inspiración. En definitiva, es el Espíritu Santo el que conduce a la Iglesia, lo cual no quiere decir que todo lo que hacemos esté inspirado, hay mucho de nuestra cosecha. Pero en las lecturas de hoy vemos como el Espíritu Santo sopla donde quiere y no se constriñe a lo institucional. Esto a veces nos desconcierta y nos pone nerviosos. Lo mismo les pasó a Josué en el caso de Moisés y a Juan en el caso de Jesús. En vez de alegrarse por esa acción no institucional, se alarman al no poder controlarla. Esta forma de actuar responde a algo muy natural en el ser huamno como en muchas especies animales. La creación de manadas, de grupos que se defienden juntos y defienden un territorio.
Tanto Moisés como Jesús, hombres de Espíritu, que sabían bien lo que es ser conducido y ser instrumento del Espíritu, comprenden perfectamente lo que pasa, no se alarman y se alegran. Ambos han superado por la acción del mismo Espíritu esa tendencia natural a la manada, tienen una visión más amplia. Moisés expresa un deseo precioso “que todo el pueblo sea profeta”. Jesús afirma algo muy importante, que lo importante es sumar, no restar, que no pongamos aduanas, que sólo exijamos un mínimo de no agresión. Ayer preguntaba a los niños si Jesús quería ser amigo de todos y contestaban muy claro que SÍ. Nuestros grupitos cerrados y nuestro sectarismo puede escandalizar a los niños. Y es algo que no es de Dios y debemos extirpar como la mano, el pie o el ojo que nos hace pecar.
Precisamente estamos empezando el camino sinodal. Uno de los frutos del Concilio Vaticano II fue el Sínodo de los Obispos. El papa ha convocado cada tres años a obispos (no todos) del mundo entero para discernir sobre temas fundamentales. Este fue un gran paso en el gobierno de la Iglesia más colegial. Siempre se ha escuchado a expertos en cada tema y se han hecho consultas por todo el mundo. Estamos ahora dando un nuevo paso, los medios de comunicación hoy lo permiten. Se quiere ampliar el sínodo a toda la Iglesia. Al final serán unos pocos los que se reúnan en Roma, no puede ser de otro modo para que sea operativo. Pero estos pocos trabajarán sobre un documento que será fruto de aportaciones de todas las parroquias. Porque la Iglesia es sinodal, es decir, es caminar juntos. Me gusta mucho la imagen que se ha diseñado. Un grupo variado de personas y todas caminan juntas al mismo nivel, desde el obispo hasta los niños con los mayores y los que padecen una discapacidad. Esto no quiere decir que todos tengamos que vivir de forma uniforme la fe. El Espíritu Santo ha suscitado mucha diversidad en la Iglesia y por eso a veces hay tanta tensión. Esto es normal y hay que gestionarlo buscando lo que nos une y no usando los que nos diferencia para separarnos. Nadie puede decir en la Iglesia de otro bautizado “este no viene con nosotros”. En nuestra parroquia participaremos en el Sínodo porque no caminamos solos. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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