El Domingo de Ramos dejamos pelada la cruz después de podarla y pelarla. Esa poda era el fruto de nuestros pecados, la poda de nuestro pecado le cuesta a Jesús ser podado, ser despojado de todo honor y de toda dignidad hasta quedar desnudo en la cruz, como aquel ante quien se vuelve el rostro. En el Adviento leemos muchas veces ese texto de Jeremías 33, 15 “yo haré brotar un renuevo de David”. Esa palabra nos habla de un brote nuevo de un tronco viejo que renueva el vigor. Pero también en Jer 11, 19 «Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra vital, que su nombre no se pronuncie más». El misterio de la Cruz no es un rebrote sino el árbol talado de raíz para que no brote más. Nosotros somos podados pero Jesús es talado y tumbado.
Los Santos Padre hablaban de la Cruz como el árbol del que brota la vida. En el árbol del Edén Adán pecó y trajo la muerte. En este árbol Jesús se duerme y de su costado abierto nace la esposa, la Iglesia. Per Jesús no se durmió, experimentó la muerte hasta el final, descendió a los infiernos. Experimentó la oscuridad y el abandono y la soledad de la muerte. Probado en todo como nosotros no se echó atrás llegó hasta el final. Hasta el final conservó la confianza en el Padre. No se quedó atascado en el ¿por qué me has abandonado? Sino que llegó al final con la confianza “Padre a tus manos encomiendo mi espíritu”. Esa fue la consumación de la Misión, en el trance de la muerte, confiar. En los planes del mal espíritu estaba conseguir que muriera renegando de Dios, pero no fue así. Murió despojado de todo pero conservando su identidad más pura de Hijo amado. Así queremos morir nosotros, confiando en nuestro Padre, no como esclavos del temor a la muerte. En la cruz aprendemos a morir como hijos de Dios. Para ver las lecturas pincha aquí.
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